Acts 8

II. CRECIMIENTO DE LA IGLESIA EN PALESTINA Y SIRIA

Persecución en Jerusalén

1Saulo, empero, consentía en la muerte de él (de Esteban). Levantose en aquellos días una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén, por lo cual todos, menos los apóstoles se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria
1. La muerte de Esteban fue la señal de una persecución general, mas el mismo fanatismo de los enemigos sirvió para propagar la Iglesia por todo el país y más allá de Palestina, sacando Dios bien del mal, como solo si sabe hacerlo. Cf. 12, 23 y nota.
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2A Esteban le dieron sepultura algunos hombres piadosos e hicieron sobre él gran duelo. 3Entretanto, Saulo devastaba la Iglesia, y penetrando en las casas arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel
3. Recordemos lo que fue después Pablo, y admiremos aquí la obra de Dios que tan milagrosamente lo transformó. Ello nos enseña a no desesperar nunca de un alma (1 Jn. 5, 16 y nota), porque no podemos juzgar los designios que Dios tiene sobre ella. Quizás Él espera a tener que perdonarle más para que ame más (Lc. 7, 47; cf. Rm. 11, 32 ss). El mismo Pablo confirma detalladamente, en muchas ocasiones, sus culpas contra la Iglesia; véase 7, 58 y 60; 9, 1, 13 y 21; 22, 4 y 19; 26, 10 s.; 1 Co. 15, 9; Ga. 1, 13; Fil. 3, 6; 1 Tm. 1, 13.
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Predicación del Evangelio en Samaria

4Los dispersos andaban de un lugar a otro predicando la palabra. 5Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicoles a Cristo
5. No se trata del apóstol Felipe, pues estaba todavía en Jerusalén (v. 1), sino de uno de los siete diáconos (cf. 6, 5).
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6Mucha gente atendía a una a las palabras de Felipe, oyendo y viendo los milagros que obraba. 7De muchos que tenían espíritus inmundos, estos salían, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos fueron sanados; 8por lo cual se llenó de gozo aquella ciudad.

Simón Mago

9Había en la ciudad, desde tiempo atrás, un hombre llamado Simón, el cual ejercitaba la magia y asombraba al pueblo de Samaria diciendo ser él un gran personaje
9. S. Ireneo nos ha conservado de él las siguientes palabras, demostrativas de que se presentaba como el Mesías, cumpliendo así lo anunciado por Jesús (Mc. 13, 6): “Yo soy la palabra de Dios, yo soy el hermoso, yo el Paráclito, yo el omnipotente, yo el todo de Dios”.
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10A él escuchaban todos, atentos desde el menor hasta el mayor, diciendo: Este es la virtud de Dios, la que se llama grande. 11Le prestaban atención porque por mucho tiempo los tenía asombrados con sus artes mágicas. 12Mas, cuando creyeron a Felipe, que predicaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, hombres y mujeres se bautizaron. 13Creyó también el mismo Simón, y después de bautizado se allegó a Felipe y quedó atónito al ver los milagros y portentos grandes que se hacían.

Pedro y Juan van a Samaria

14Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan
14 ss. En este pasaje, que forma la Epístola de la Misa votiva del Espíritu Santo, vemos cómo los despreciados samaritanos recibían la Palabra de Dios con buena voluntad, dando una nueva prueba de lo que tantas veces había dicho Jesús en favor de ellos y de otros paganos, como el Centurión y la Cananea, cuya fe podía servir de ejemplo a los mismos israelitas (cf. 10, 2 ss.; Is. 9, 1 ss. y nota). Vemos también la caridad y la sencillez de la Iglesia naciente, en que los apóstoles, todos judíos, no vacilan en mandar al mismo Papa Pedro y al Discípulo amado, a que visiten y evangelicen a aquellos samaritanos, confirmándolos en la fe con ayuda del Sacramento de la Confirmación (v. 17). Cf. 10, 23 y nota.
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15los cuales habiendo bajado, hicieron oración por ellos para que recibiesen al Espíritu Santo; 16porque no había aún descendido sobre ninguno de ellos, sino que tan solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús
16. Esto es: con el Bautismo que los discípulos, a ejemplo del Bautista, habían administrado copiosamente ya desde que Jesús predicaba (Jn. 3, 22; 4, 1 s.), o sea cuando “aún no había Espíritu por cuanto Jesús no había sido todavía glorificado” (Jn. 7, 39). Hoy disfrutamos del gran misterio de la gracia, que pocos aprovechan, porque no lo conocen: El cristiano recibe del Padre no solo el perdón de los pecados por los méritos de Cristo, sino que también recibe la fuerza para no pecar más mediante la gracia y los dones del Espíritu Santo (cf. Rm. 6): pues Él nos hace hijos de Dios (Ga. 4, 6), y “el que ha nacido de Dios no peca” (1 Jn. 3, 9). Tal es el Bautismo que iba a dar Jesús con su sangre: el Bautismo “en Espíritu Santo y fuego” según las palabras con que lo preanunciaba el Bautista (Mt. 3, 11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16; Jn. 1, 26). Cf. 1, 5; 11, 16 y 19, 2-6, donde el Bautismo en nombre del Señor Jesús va igualmente seguido de la imposición de las manos. Véase 19, 4.
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17Entonces les impusieron las manos y ellos recibieron al Espíritu Santo
17. Se trata aquí no ya del Orden (6, 6 y nota) sino de la Confirmación (sobre el sacerdocio de los fieles véase 1 Pe. 2, 2-9). San Crisóstomo observa que Felipe no había podido administrarla porque estaba reservada a los Doce, y él era simple diácono, “uno de los siete”. Habían recibido ya al Espíritu Santo en el Bautismo, pero no en esa plenitud con que se manifestó en Pentecostés sobre los discípulos reunidos (2, 1 ss.) y que trascendió aquí también en carismas visibles y don de milagros, como lo nota el ambicioso Simón Mago (v. 18). Cf. 19, 6.
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Condenación de Simón Mago

18Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció bienes
18 ss. De aquí el nombre de simonía dado a la venta de dignidades eclesiásticas o bienes espirituales. San Pedro señala con gran elocuencia (v. 20) la contradicción de querer comprar lo que es un don, es decir, lo que es dado y no vendido (cfr. Ct. 8, 7 y nota). Recordaba la palabra terminante de Jesús a los Doce: “Gratis recibisteis, dad gratuitamente” (Mt. 10, 8).
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19diciendo: “Dadme a mí también esta potestad, para que todo aquel a quien imponga yo las manos reciba al Espíritu Santo”. 20Mas Pedro le respondió: “Tu dinero sea contigo para perdición tuya, por cuanto has creído poder adquirir el don de Dios por dinero. 21Tú no tienes parte ni suerte en esta palabra, pues tu corazón no es recto delante de Dios. 22Por tanto haz arrepentimiento de esta maldad tuya y ruega a Dios, tal vez te sea perdonado lo que piensas en tu corazón. 23Porque te veo lleno de amarga hiel y en lazo de iniquidad”. 24Respondió Simón y dijo: “Rogad vosotros por mí al Señor, para que no venga sobre mí ninguna de las cosas que habéis dicho”
24. Esta otra conversión de Simón Mago tampoco parece haber sido duradera (cf. v. 13). La tradición dice que volvió a sus malas costumbres de hechicero, perjudicando mucho a los cristianos. La Historia eclesiástica le llama “padre de los herejes”.
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25Ellos, pues, habiendo dado testimonio y predicado la palabra de Dios, regresaron a Jerusalén y evangelizaron muchas aldeas de los samaritanos.

Felipe bautiza al etíope

26Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al camino que baja de Jerusalén a Gaza, el cual es el desierto. 27Levantose y se fue, y he aquí que un hombre etíope, eunuco, valido de Candace, reina de los etíopes, y superintendente de todos los tesoros de ella, había venido a Jerusalén a hacer adoración
27. Eunuco : aquí título que correspondía a los ministros y altos funcionarios de la corte. Cf. Gn. 39, 1; 2 R. 25, 19. Para adorar: Era, pues, un “prosélito” de la religión de Israel, y no un simple gentil. De entre estos el primer bautizado fue Cornelio (10, 1 ss.).
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28Iba de regreso y, sentado en el carruaje, leía al profeta Isaías. 29Dijo entonces el Espíritu a Felipe: “Acércate y allégate a ese carruaje”. 30Corrió, pues, Felipe hacia allá y oyendo su lectura del profeta Isaías, le preguntó: “¿Entiendes lo que estás leyendo?”
30 s. La contestación del etíope es una refutación elocuente a los que creen que la Sagrada Escritura es siempre clara, y que cualquiera puede interpretarla sin guía. Por eso el Señor envía a Felipe, como advierte S. Jerónimo, para que descubra al eunuco a Jesús que se le ocultaba bajo el velo de la letra. “Los cristianos, dice S. Ireneo, deben escuchar la explicación de la Sagrada Escritura que les da la Iglesia, la que recibió de los apóstoles el patrimonio de la verdad” (1 Tm. 6, 20 y nota). Cf. los decretos del Concilio Trid. (Ench. Bibl. 47 y 50). De ahí también necesidad de notas explicativas en las ediciones bíblicas.
31Respondió él: “¿Cómo podría si no hay quien me sirva de guía?” Invitó, pues, a Felipe, a que subiese y se sentase a su lado. 32El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este “Como una oveja fue conducido al matadero, y como un cordero enmudece delante del que lo trasquila, así él no abre su boca
32 s. Véase Is. 53, 7-8. El profeta habla del Mesías. La cita es según los LXX.
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33En la humillación suya ha sido terminado su juicio. ¿Quién explicará su generación, puesto que su vida es arrancada de la tierra?” 34Respondiendo el eunuco preguntó a Felipe: “Ruégote ¿de quién dice esto el profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?”
34. Pregunta de gran interés exegético, pues cierta interpretación israelita, que no reconoce a Jesús como el Mesías, quisiera acomodar todo aquel admirable pasaje de Isaías para aplicarlo al mismo pueblo de Israel. Cf. Is. 52, 14 y nota.
35Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando por esta Escritura, le anunció la Buena Nueva de Jesús
35. Le anunció la Buena Nueva: Preciosa expresión y no menos precioso ejemplo de catequesis bíblico. Así lo hizo también el mismo Jesús (Lc. 24, 27, 32 y 44 ss.) partiendo de un texto de la Sagrada Escritura (cf. Lc. 4, 16 ss.).
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36Prosiguiendo el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: “Ve ahí agua. ¿Qué me impide ser bautizado?”
2 s. La respuesta de Eva muestra pleno conocimiento del precepto de Dios, pero agrega: ni lo toquéis, lo cual Dios no había dicho en 2, 17.
38Y mandó parar el carruaje, y ambos bajaron al agua, Felipe y el eunuco, y (Felipe) le bautizó
37. Merk, cuyo texto traducimos, omite este versículo. Otros, como Brandscheid, lo traen idéntico a la Vulgata, que dice: “Y Felipe dijo: si crees de todo corazón, lícito es. Él repuso: Creo que Jesucristo es el Elijo de Dios”. Fillion observa que “su autenticidad está suficientemente garantida por otros testigos excelentes”. También el contexto parece requerirlo como respuesta a la pregunta del v. 36, la cual sin él quedaría trunca, y entonces no se explicaría que el eunuco hiciese parar el carro (v. 38) como pretendiendo recibir el bautismo sin conocer la conformidad de Felipe. En cuanto a la doctrina de este texto, según la cual “Felipe exigió del neófito una profesión exterior de fe antes de bautizarlo” (Fillion), es la misma de otros pasajes (cfr. 2, 41 y nota). Es un caso más en que la fe se muestra vinculada al conocimiento de la Palabra de Dios (v. 35), según lo enseña S. Pablo (Rm. 10, 17).
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39Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, de manera que el eunuco no le vio más; el cual prosiguió su viaje lleno de gozo. 40Mas Felipe se encontró en Azoto, y pasando por todas las ciudades anunció el Evangelio hasta llegar a Cesarea
40. Azoto, ciudad filistea situada entre Gaza y Joppe.
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